2 de octubre de 2015

El cartel, los concursos y la crítica

Puede ser que el cartel sea feo. Que nos guste más o menos. Que no veamos en él mucho empeño, o creatividad. Es así: lo hizo un ser humano y lo mira otro. Y sobre gustos no hay nada escrito.

¿Se podría hacer mejor? Sí, probablemente. Muy probablemente. ¿Se debería hacer mejor? Depende.

¿Cómo que depende? ¿De qué depende?

Como todo en la vida, hay que saber ajustar medios y necesidades. Yo puedo pasarme cinco horas cocinando para lograr el cupcake (ahora que están tan de moda) perfecto para acompañar el café de media tarde. O puedo agarrar un tozo de pan, untarlo en mermelada del Mercadona y zampármelo en menos de lo que tardo en contarlo. Que haga lo uno o lo otro depende del objetivo final: una cosa es que mi meta consista en meterme algo dulce para contrarrestar el café amargo; y otra en que desee saborear la dulzura más excelsa del Universo. El primer caso no amerita las cinco horas de cocina; el segundo, tal vez sí.

Recursos escasos

Con el cartel anunciador de las fiestas ocurre lo mismo. El Ayuntamiento puede destinar tiempo, dinero y personal en organizar un concurso de carteles, pero ¿merece la pena? ¿Tiene sentido buscar un patrocinador que subvencione el premio, reunir un jurado capacitado para evaluar las piezas sometidas a concurso (un jurado que, si se elige bien, tampoco es gratis; al menos habrá que invitarles el café que se toman en las reuniones), redactar las bases del concurso, realizar las fichas de inscripción y la publicidad asociada (¿para los diseños de estos trabajos también se debe convocar a un concurso público?), registrar a todos los participantes, realizar actos de apertura de propuestas ante notario y, si la participación es alta, organizar varias rondas de selección hasta dar con los finalistas y el ganador? ¿Todo esto para que después se impriman en torno a 300 (o 500) carteles en un formato DIN-A3 (o similar) y unos 10 o 15 Mupis (de esos más grandes que se colocan en el mobiliario urbano) y que solo se ven en la ciudad de León, una ciudad que para las fechas en cuestión ya sabe de sobra que se van a celebrar las fiestas?

Repasemos la idea nuevamente: si el Ayuntamiento realizara una campaña de difusión de las fiestas fuera de los límites de la ciudad, una campaña extensa que se anticipara en varios meses al evento y que tuviera como objetivo principal invitar a los ciudadanos de otras localidades a conocer los festejos, entonces sí que ameritaría el esfuerzo: una imagen potente y evocadora, bien construida, sería la puerta de entrada de un reclamo atractivo. (De todos modos, la gente que fue a Barcelona por los Juegos Olímpicos asistió por la naturaleza deportiva del evento y no por el perro-gato-oso ese que hizo el Mariscal).

Pero si estamos ante un cartel que se hace casi como un reflejo automático, más por costumbre que por difusión, que apenas si viene a dar un poco de identidad común al material impreso que se edita con motivo del evento, ¿de verdad hay que movilizar tantos recursos?

Yo creo que no.

Los concursos

Hay, por otra parte, otra arista relacionada con el tema de los concursos, algo sobre los que diseñadores, ilustradores y creativos en general no se ponen de acuerdo, a saber: ¿hay que trabajar gratis?

Cuando una empresa o una institución convocan un concurso de creatividad, básicamente te están diciendo que primero hagas el trabajo y, si acaso te eligen, recién entonces te pagan. Pero, ¿y si no te eligen?

Hay una corriente de opinión extendida entre muchos creativos que se rehúsan a participar de este tipo de convocatorias porque afirman, no sin razón, que están trabajando gratis. Ganen o pierdan, los artistas dedican el mismo tiempo a una obra de pago que a la obra que presentan a concurso (gratis, o incluso pagando). Sostienen estos renegados que, al final de cuentas, los certámenes sirven únicamente para que un editor (la empresa o la institución), que no tiene una idea clara de lo que quiere, reciba múltiples propuestas creativas de forma totalmente gratuita.

Quizás no es el modo de hacer las cosas.

Si el Ayuntamiento realmente deseara que la imagen de sus fiestas tuviera fuerza y poder de convocatoria, que denotara un trabajo profesional; y si a su vez quisiera respetar la profesión del creativo, NO debería convoca un concurso de carteles.

Lo que debería hacer es convocar a una licitación pública destinada a empresas y particulares que pudieran demostrar su solvencia técnica en materia de diseño y creatividad, establecer un precio de salida que abonaría al adjudicatario de la realización del cartel, y luego escoger al encargado de elaborar la pieza entre los candidatos, en función de dos apartados: 1) el precio que ofertan (siempre más bajo que el precio de salida); y 2) la evaluación técnica del portfolio o muestras de trabajos anteriores que presenten los candidatos.

Estableciendo una correcta proporción entre el peso de ambos factores (quizás, en este caso, el precio sea menos importante que la valoración técnica; incluso es probable que para la valoración de las muestras se tuviera que convocar a un comité de expertos), se debería elegir a un ganador y ese, entonces sí, debería empezar a elaborar el cartel de acuerdo a las pautas que le indique el Ayuntamiento. Como un trabajo normal de diseño: yo te encargo algo, se hace un boceto, se analiza, se devuelven cambios, se prepara otro boceto… y así hasta dar con el resultado final.

En mi opinión, esta es la mejor forma de proceder: el Ayuntamiento se asegura un trabajo profesional y de calidad, y los creativos no trabajan gratis.

Pero, claro, todo ello depende de la difusión que se vaya a hacer del cartel. Si solo se hace para evitar que cuatro aburridos armen un poco de jaleo en Facebook, entonces no merece la pena.

La crítica

A propósito de los cuatro aburridos (o diez, o cien), cabe destacar que han adoptado una postura incorrecta. Por varios motivos.

En primer lugar, porque han hecho una crítica desinformada. Comenzaron a tejer teorías de la conspiración antes de haber averiguado quién era el autor del cartel, por qué se le encargó el trabajo, el ámbito de difusión de la obra, y obviando las condiciones (medidas en tiempo, recursos, presupuesto…) en que se realizó el diseño.

En segundo lugar, porque no realizaron una crítica metódica y profesional de la pieza, sino que se abocaron a la burla y el escarnio, olvidando que detrás de ese diseño (que puede ser más o menos feo) hubo una persona dedicando su tiempo y energías, poniendo su empeño. Quizás con poca fortuna en el resultado final (o no, según quién y cómo lo mire). Pero ese cartel es fruto del trabajo de alguien, y es (cuanto menos) desaprensivo descalificarlo mediante bromas, o atribuirlo a un “ellos” impersonal (se leen frases como “se han lucido” o similares, dando a entender que el cartel fue realizado por un complot de mentes macabras destinadas a contaminar visualmente a la ciudad de León).

En tercer lugar, porque se ha optado por “trolear”, atiborrar al Ayuntamiento de quejas y realizar pegatinas, en lugar de analizar la cuestión con frialdad y proponer alguna medida que se salga del acto reflejo de “hay que convocar un concurso de carteles” (véase el punto anterior).

(Entre paréntesis: ¿a nadie se le ocurrió plantearse por qué el Ayuntamiento de León organiza unas fiestas que, en el fondo, celebran al patrono de la diócesis de León? ¿No debería organizarlas el Cabildo de la Catedral? ¿O acaso ya se zanjó el debate y esto es parte del foro obligatorio?)

En conclusión: asistimos nuevamente a la derrota de las redes sociales. En lugar de ser un espacio de intercambio y crecimiento, donde la información fluye y todos sabemos más y mejor, aportamos ideas, discutimos y construimos, se ha convertido en una arena sembrada para el bullying, donde cualquier mecha enciende un polvorín (la gente comparte cosas antes de haber terminado de leer lo que está compartiendo) y donde rápidamente se levantan tsunamis de la nada, ya sea porque Shell va a perforar el Ártico o porque el cartel de San Froilán de León es feo.

Solo espero que alguien haya pasado del segundo párrafo.

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