21 de diciembre de 2013

Main goal


El fútbol es un juego maravilloso. El objetivo principal (el main goal) consiste en marcar goles, y gana el que más goles hace. Es así de simple, no tiene mucho misterio.
Sin embargo, como ya demostré en otro lado, se puede ganar el torneo de fútbol más importante del Universo (no, europeos, no es la Champions League: es el Mundial) sin anotar ni un solo tanto. En siete partidos, basta con empatar todos cero a cero, esperar una combinación de resultados favorable en la fase de grupos y tener acierto en la lotería de los penales.
Algunos dirán que ello es motivo suficiente para deplorar a este deporte: ¿cómo puede alcanzarse la máxima gloria traicionando el componente básico del juego? Otros buscarán una explicación ad hoc e intentarán convencerse de que la definición por penales es, en cierto sentido, una forma de restablecer el predominio del gol: en definitiva, siempre que la pelota traspase la línea, sacuda la red y arranque gritos en la hinchada, estaremos hablando de un gol. Pero todos sabemos, en nuestro fuero interno, que esa ruleta rusa es un juego de otra naturaleza, más cercano al puro azar que a la táctica y la estrategia.
¿Entonces? ¿Por qué digo que el fútbol es un juego maravilloso? Quizás porque, precisamente, encierra en sí mismo la posibilidad de subvertir su espíritu. ¿Alguien se imagina que en una carrera no gane el que llega primero (a menos que se trate del automovilismo argentino y sus intrincados reglamentos mutantes, pero eso es otra historia)? ¿Alguien se imagina un partido de tenis sin tantos? ¿O una pelea de boxeo sin golpes? ¿O el lanzamiento de jabalina sin jabalina? Pero el fútbol es posible sin gol.
El fútbol permite que entre como variable decisiva, en un mundo de números naturales, el mágico cero, la nada, el vacío. Y más allá del goce matemático, el fútbol también brinda una oportunidad al humilde, al patadura, al laborioso conjunto de perros de presa sin talento pero con disciplina, a la Grecia que ganó la Eurocopa de 2004 o al San Lorenzo de Pizzi que salió campeón porque Sebastián Torrico tuvo su particular día del arquero. Es una oportunidad mínima, es cierto, una probabilidad remota (como que ese mismo cero salga en la ruleta), aunque ahí está. Y en un Mundial de Fútbol, donde no compiten los superequipos armados a base de millones y donde la mayoría juega por la camiseta, la posibilidad se hace más palpable.

El fútbol es un juego maravilloso.